"El país se ha tornado opaco, borroso. No se ven bordes nítidos salvo en estadísticas oficiales, cuestionadas y poco confiables, las cuales someten a la población a una lectura indiciaria del mundo desde múltiples realidades que hacen estallar la idea de un colectivo e impactan aún más sobre el tejido social. El sistema de representaciones que sostiene a la Argentina no es homogéneo, no hay dominancias, y la oscilación entre la responsabilidad ética compartida de construir un proyecto común y el deseo de supervivencia individual a cualquier costo es constante. Los argentinos tenemos una falla en la noción del largo plazo y una tendencia a la inmediatez, producto de una historia sometida a los vaivenes de los intereses más degradados que nos obliga constantemente a sostener la cotidianeidad bajo modos degradantes".
Silvia Bleichmar "Dolor país y después"
Ese texto escribía Silvia Bleichmar refiriéndose al 2001 cuando el país estallaba con una movilización que puso en vilo los poderes del estado y no logró sin embargo configurar un cambio en los modos de gestionar los recursos del estado. Todo cambió para que todo siguiera igual. Gatopardismo puro.
Mientras tanto la trama social, que venía golpeada y que se fue deteriorando en los 90, se rompió. La ruptura de la trama social es una situación de una gravedad tal, que homologándola con un individuo, podría decirse que se trata de un brote con pérdida de contacto con la realidad.
Un tejido social roto genera individuos con la primitiva sensación imaginaria de que deben salvarse solos, de que es posible salvarse solos. La falta de contacto empático con pares genera compartimentos estancos en donde la fantasía, estimulada por los medios masivos de comunicación inhibe toda posibilidad de generar representaciones sociales. Todos los elementos fundantes de las representaciones sociales están ausentes: principios éticos desarticulados; simbología compartida ausente; ideas y conocimientos conjuntos atacados brutalmente. Pongo un solo ejemplo: Argentina solía confiar y defender la educación pública, ultimamente este bastión de nuestro conjunto de creencias está siendo puesto en entredicho con argumentos que por infantiles y pueriles pueden parecer, en un primer momento, que no van a tener eco en la sociedad, pero que extrañamente minan la obnubilada conciencia de cada ciudadano encerrado en su énclave.
Desde el 2001, en donde el sistema de representaciones no era homogéneo, al decir de Bleichmar y comparto, a este 2024 en donde carecemos de sistema de representaciones han pasado 23 largos años en donde la resistencia de la sociedad se fue agotando tras un acoso incansable que logró escindirla en partes individuales y la necesidad, más que el deseo, de sobrevivir opera sobre las partes convirtiéndolas en armas de implosión. Cuando un sujeto implota impacta en toda su familia y eso estamos viendo. El desolado panorama de las familias disgregándose por trastornos severísimos de salud mental que socavan los pocos lazos sociales que quedan en pie.
El panorama es desvastador.
Mientran tanto la vida social continúa, cómo y a qué precio, se pregunta uno: Al precio de la vida y salud de los ciudadanos.
El ominoso futuro que veíamos venir en los años 90 ya ha llegado y nos ha ganado la distópica realidad que, quienes nos han hundido en este pozo, nos prometen sacarnos de él y nos vienen prometiendo ésto desde hace 24 años, cuando la sociedad gritaba "¡Que se vayan todos!"
En el 2001 había ruidos en las calles, gritos, golpes de cacerolas, humo, caballería, en el 2024 hay un ruido molesto de fondo, un ruido casi alucinado de una explosión que se desea pero que se inhibe o se sofoca, ruido de pasos que se arrastran, que ya no caminan y menos corren.
La retirada libidinal del otro y otros, con todo lo que ello implica en la psiquis de quien desinviste, se corresponde con una ausencia de posibilidad de identificación con ese otro, se establece un puro yo vacío, narcisista y cada vez más solo, deprimido y ansioso. Esto se viene produciendo en segundo plano por diversos motivos, desde la aparición de las TICS hasta la exacervación de la sociedad de consumo, pero es en el último tiempo en el que adquirió una velocidad vertiginosa y la postpandemia nos sorprendió aislados, solos, deprimidos, pauperizados económica y culturalmente, con nuestros pocos proyectos colectivos acosados y teniendo que trabajar gran cantidad de horas para poder mantener la fantasía de pertenecer a una clase social que ya no existe en Argentina.
Así estamos en el este 2024
Qué Dios nos coja confesaos.
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